Os adjunto el siguiente enlace a un artículo publicado el 5 de junio de 1997 en CNN a propósito de la identidad de Thomas Pynchon. Aunque está en inglés es fácilmente comprensible. En cualquier caso la conclusión es siempre la misma. Suposiciones, pistas falsas, cotilleos, hipótesis descabelladas. Pienso dónde estaba yo en junio de 1997 y casi me desmayo. Aunque el autor norteamericano nos hable de la irreversibilidad del cambio, parodie a Henry Adams y nos presente como personaje hilarante y difícil de creer a Callisto (contrapunto del desordenado Albóndiga Mulligan), parece que la entropía y el desorden informacional no han hecho mella en él. Por esas fechas vio la luz Mason & Dixon y yo me encontraba en Edimburgo. Cuando James Thin Booksellers, la librería donde me robaron la cartera y pasé alguna tarde inolvidable, fue absorbida por Blackwell´s, Mason & Dixon me esperaba entre los desordenadísimos anaqueles de la librería Follas Novas de Santiago de Compostela. Era el año 2002, había peregrinado a Compostela en bicicleta sin mayor propósito que agotarme físicamente y por un error tuve que pasar dos días deambulando solo por la ciudad de granito. Me hice con un libro de Borges, no recuerdo cual, donde se afirmaba que Edimburgo es una ciudad desde la que se puede ver el cielo. Pero yo allí buscaba algo parecido a Trainspotting. Resulta curioso recordar lo que en un determinado momento de la vida buscamos y lo que después la realidad nos concede. Aquel verano observé a japoneses constantemente ebrios de whisky, japonesas ensayando ritos prenupciales, una psicóloga belga deseosa de aplicar terapias tántricas, madrileños pomposos que apuntaban los nombres y apellidos de las personas que consideraban llegarían a ser alguien, vascos empeñados en señalar públicamente su peculiar diferencia cultural. Concluí que España era un país habitado por personajes metafísicos. Mientras el resto de nacionalidades ensayaban con vapores etílicos, se entregaban a una refinada y nada perniciosa lujuria o buscaban con verdadero ahínco los escasos momentos soleados, los españoles (divididos en clanes étnicos) se esforzaban en afirmar su identidad en un depravadísimo ejercicio solipsista. Es una liberación no haber nacido en una comunidad con identidad propia ni ser heredero del Cid.  Muchas tardes culminaba un peñasco situado a las afueras de la ciudad desde el que se veía el mar a un lado y al otro la ciudad homogénea se extendía como un paño gris y resplandeciente. Acompañaba a una coreana silenciosa que todavía supone un enigma para mí. Ella llevaba muchos años trabajando en una multinacional, observando una rutina marcial solo interrumpida por breves periodos vacacionales de dos semanas en países de habla inglesa siguiendo cursos de perfeccionamiento. Entonces no sabía que la luz del sol poniéndose sobre el mar del Norte producía un efecto que solo volvería a observar años después en Estocolmo. Era la primera vez que el mundo se me mostraba como un lugar extraño y algo doloroso. Quiero decir que la contemplación de la belleza produce dolor por ser efímera. Preguntaba, ingenuamente, si esa vida ordenadísima y entregada a horarios fijados por personas sin rostro era satisfactoria. Ella permanecía en silencio. Como casi siempre. Imagen de contorno borroso que acabará diluyéndose.