Hoy, desde Las Terrazas del Castillo, podía imaginar una exposición permanente sobre Kafka en el Castillo de Santa Bárbara. Sonaría música de John Cage, los Antònia Font, Webern. Desde el castillo Alicante muestra varias caras. El norte parece Orán, edificios blancos caóticamente dispuestos bañados por una capa fina de arena. Una ciudad extraña que vive dando la espalda al mar e ignorando el monumental peñasco sobre el que se alza el castillo. La principal vía de acceso es esencialmente franquista. Edificios descomunales en pura exhibición de la impune especulación, carteles publicitarios atroces, luminosos agresivos, leones broncíneos virilmente erectos sobre la cúpula palaciega prostibularia, níveas prostitutas rumanas al caer la noche. Uno siempre encuentra excusas para marcharse de su ciudad. A mí el más sincero me parece Plá quien reconoce haber viajado hasta Buenos Aires tras el perfume de una mujer argentina (ya no sé si esta anécdota es apócrifa o se la leí a Arcadi Espada o me la contó Natividad para fastidiarme un poco cuando le reconocí que el olor a suavizante de las sábanas de casa de su madre me recordaban muy proustianamente una entrepierna centroeuropea). En la plaza de la Montañeta apenas quedaba huella de esa porción de indignados que prometieron inflamar la nauseabunda vida política española. Yo me marché porque no me permitía extraviarme entre sus calles a la busca de Lucía, mi compañera de pupitre de quien me enamoré muy platónicamente. En realidad no somos más que una serie de amores o amantes en la memoria de las personas que se han cruzado en nuestra vida. Creo que de eso trata la última novela de Javier Marías que parte de la evidencia: nos enamoramos antes de quien tenemos al lado o somos amados por la persona que se cruza cada día con nosotros antes que por otra a quien solo veremos una vez y de pasada. Creo que el amor es muy similar a una obra literaria. Me explico. Flaubert escribió a Colet que un gran párrafo no pasa a la historia, más bien termina como folio arrugado en la papelera. Sin embargo, el conjunto de la obra sí permanecerá con todos sus aciertos e imperfecciones. La ética del escritor verdadero exige que muestre todo su poder y debilidad en su obra. Quien no entiende esto está perdido en cuanto a literatura se refiere.

Hoy formaba parte de un jurado constituido para otorgar un premio literario. Era la primera vez. Ha reinado un clima de camaradería y buena educación. Cumplimiento estricto de las normas encaminadas a lograr la objetividad y ecuanimidad del fallo. Me recuerda al principio de una novela de Vargas Llosa, «¿Cuándo se jodió el Perú?». Es decir, ¿en qué momento se jode todo? Porque siempre hay un instante en que todo se tuerce y se va al carajo. Ahí normalmente son ellos los causantes. Pero, ¿cuál es ese momento? No dejo de hacerme esa pregunta.

Después tres horas de ejercicio físico agotador. Pron, en su última novela, habla de la pérdida de memoria que causa el consumo de benzodiacepinas, el dulce sueño inducido. Apenas comienzo a leer la nueva entrega de quien está llamado a ser uno de los grandes y constato que se supera. Todavía no ha tocado techo.

Antònia Font y Manel presentan sus discos en Madrid. El error estaba en pedir que estudiaran Ausiàs March en la escuela. No hay que enfadarse por este motivo.